Este icono porteño se inauguró el 23 de mayo de 1936
“Será con el correr del tiempo el documento más auténtico de este fasto del cuarto centenario de la ciudad. Dentro de las líneas clásicas en que se erige, es como una materialización del alma de Buenos Aires que va hacia la altura”, dijo el intendente porteño Mariano de Vedia y Mitre la tarde del sábado 23 de mayo de 1936, el día en que se inauguró un monumento insignia de la cuestión porteña que, desde entonces, cada 23 de mayo cumple años: el Obelisco ya celebra 88 años de historia.
Pero en la década del treinta, en las vísperas de los 400 años de la primera fundación de Buenos Aires, el intendente se encontró con un dilema: no sabía cómo homenajear semejante acontecimiento. Pensó en la construcción de una escultura. Algunos le habían propuesto colocar en la flamante avenida 9 de Julio que empezaba a trazarse, en su cruce con Corrientes, una estatua de Hipólito Yrigoyen, y otros pretendían homenajear a Carlos Gardel, fallecido trágicamente en junio del año anterior.
Pero el alcalde, que había asumido en 1932 nombrado por el presidente Agustín P. Justo, no estaba convencido. Hasta que a su secretario de Hacienda y Administración Atilio Dell’Oro Maini se le ocurrió la idea de construir un obelisco. A Mariano de Vedia y Mitre le gustó y le propusieron al arquitecto Alberto Prebisch hacerse cargo del proyecto y de la obra, que aceptó complacido. Prebisch era un tucumano de 37 años autor, entre otros, del Teatro Gran Rex y de los cines Gran Rex de Rosario y el Atlas de Lavalle.
Suponía una obra “que señale al pueblo de la República la verdadera importancia de aquella efeméride, que no existe en la ciudad ningún monumento que simbolice el homenaje de la Capital de la Nación entera”, según afirma el decreto del 3 de febrero de 1936.
Mariano de Vedia y Mitre llevó adelante una obra importante en la ciudad. Impulsó la construcción de hospitales, como el Argerich, la reconstrucción del Fernández, el ensanche de la calle Corrientes, las trazas de la avenida Juan B. Justo y de la avenida 9 de julio, cuyo primer tramo de Bartolomé Mitre y Tucumán se inauguró en 1937. Construcciones coloniales fueron desapareciendo, como fue el caso de la famosa jabonería de Vieytes, donde los revolucionarios se reunían en esos días de mayo de 1810.
La alemana GEOPE fue la empresa constructora. Los trabajos comenzaron el 20 de marzo de 1936 y el Obelisco, de 67,5 metros de altura, con una escalera con 206 escalones y siete descansos para llegar hasta su mirador, se inauguró el sábado 23 de mayo de ese mismo año a las 15 horas. Participaron 157 obreros, y hubo que lamentar la muerte de uno de ellos, el italiano José Cosentino. El total de la obra ascendió a 200.000 pesos. Su construcción demoró apenas dos meses y se cumplió la indicación del intendente, quien quería que estuviese terminado antes del 25 de mayo.
¿Por qué Prebisch eligió diseñar un obelisco? Dijo que “se adoptó esta simple y honesta forma geométrica porque es la forma de los obeliscos tradicionales”. Cada una de sus caras evoca un momento histórico: la primera fundación de Buenos Aires en 1536, la segunda en 1580, la primera vez que flameó la bandera argentina en 1812 y la federalización de Buenos Aires en 1880.
Pero no todo terminaría allí. Sus detractores, que se habían quedado con la sangre en el ojo porque decían que el proyecto no había sido discutido en el Concejo Deliberante, tuvieron el motivo para volver a la carga. El 21 de junio de 1938, un día después que se celebró el acto por el día de la bandera, se desplomaron losas que lo recubrían, presumiblemente por la vibración del subterráneo, ya que los cimientos del obelisco están sobre la línea B. De haberse caído un día antes, lo hubieran hecho sobre la multitud de chicos que se habían reunido allí.
En junio del año siguiente los concejales porteños, por 23 votos a favor y uno en contra, votaron la ordenanza 10.251 que establecía su demolición, argumentando razones de seguridad, estéticas y económicas, ya que no querían invertir más fondos.
Se fundamentó que la ley 8855 no autorizaba la construcción de monumento alguno en todo el trazado de la 9 de Julio, que la obra carecía de validez legal, que desde el punto de vista estético tenía un estilo funerario y que su revestimiento no garantizaba seguridad. En definitiva, había que demolerlo al nivel del suelo.
La Avenida 9 de Julio recién comenzaba a trazarse, y el Obelisco quedó encerrado entre edificios. “Es estéticamente feo”, lo criticaban aquellos que estaban acostumbrados a contemplar otra clase de arquitectura.
Tuvo que terciar el propio presidente Roberto Marcelino Ortiz, al expresar que el Obelisco era un monumento para recordar un acontecimiento importante como fue la primera fundación de Buenos Aires, que el intendente porteño era sólo un delegado del gobierno nacional, y que el Ministerio de Obras Públicas se encargaría de costear las reparaciones. Y llegó el veto del intendente Arturo Goyeneche.
Se quitaron las losas y se las reemplazaron por mampostería. En el apuro, se eliminó la leyenda que indicaba que Presbisch había sido el arquitecto de la obra.
¿Por qué se llamó Obelisco? “Porque había que llamarlo de alguna manera”, respondió el arquitecto. De ahí en más sería testigo de alegrías y tristezas, de hechos memorables y desgraciados. La materialización del alma de Buenos Aires, como lo describieron cuando nació.